En junio de 2018 la Intendencia de Canelones, con la aprobación por unanimidad de la Junta Departamental cedió un terreno al Centro Egipcio de Cultura Islámica para que funcionara como cementerio islámico.
Tal
hecho apareció brevemente en la prensa y luego dejó de tener interés. Probablemente no hayamos recabado todos los
datos, pero sí pudimos leer sólo dos artículos en contra de lo resuelto, por
parte de connotados masones, el Dr. OpePasquet y el Dr. José Garchitorena.
El
argumento contrario de ambos se basa en que el artículo 5º de la Constitución
afirma que el Estado no sostiene religión alguna y que conceder un terreno
fiscal equivale a un sostenimiento económico de la religión, en este caso
islámica. A ello se agrega que siendo difícil definir qué es una religión,
cualquier grupo podría autodefinirse como una religión y exigir un cementerio
propio.
La
fundamentación tiene por cierto su motivación. Le regalaron un terreno a una
asociación para que allí sean enterrados los musulmanes según sus ritos.
Incluso en Montevideo se lo iban a ofrecer, pero había problemas porque la
legislación municipal no permite enterrar sin cajón y prevé la reducción a los
pocos años, lo que haría que el entierro con rito musulmán contrariara la
legislación vigente.
Sin
embargo, la determinación de la Intendencia de Canelones también tiene sus
razones. La primera es permitir a una comunidad religiosa el cumplimiento de
algunas de sus tradiciones en aspectos tan sensibles como son los ritos
funerarios y la pertenencia de sus miembros a esa comunidad religiosa también
en su muerte.
No
entro a terciar en la determinación política. Sí
hago algunas reflexiones. La laicidad absoluta, entendida como toda
prescindencia de relación entre el Estado y las religiones de algún modo
organizadas, que es la postura sostenida a ultranza por los masones, parece una
solución ideal, pero en realidad no reconoce la complejidad de los sentimientos
y asociaciones en la sociedad. Satisface a los masones y a otros prescindentes
de religiones comunitarias el relegar creencias y acciones sólo a la esfera
íntima e individual, pero no da cuenta de la realidad. Soluciona unos
conflictos posibles o presentes, pero con la imposición de un vacío a necesidades
de las comunidades religiosas. Quedan satisfechos los masones, agnósticos y
ateos, no así los que pertenecen a comunidades religiosas y éstas forman parte
importante de su existencia.
Por otra
parte, esas restricciones laicistas no se aplican en todos los ámbitos a todas
las agrupaciones. Así el Gran Maestre pone como ejemplo de presencia de la
masonería en la sociedad que la logia Tiradentescolabore con la Escuela
Tiradentes. Me parece que ello va contra la laicidad, según ellos la proclaman.
Si hay una Escuela llamada Tiradentes no
es porque haya sido masón, ni se puede influir en los niños identificando al
que participó en la independencia
política del Brasil, con la presencia de miembros de una logia que lleva
su nombre. Ellos podrán decir que la Masonería no es una religión, pero otros
podemos juzgar que entra de las formas sociales de asociaciones religiosas.
Después de todo la Iglesia Católica no es una religión, sino un pueblo
constituido por la fe y el bautismo. ¿No podemos entrar a celebrar en las
escuelas a un connotado católico de toda su vida y pensamiento como José Artigas?
También se da
el hecho de que la sociedad por medio de su asociación política que es el
Estado entrega muchos bienes a grupos particulares para su usufructo, por
ejemplo a asociaciones deportivas, como son la mayor parte de los estadios de
fútbol, el club de Golf, etc. Se podrá discutir en cada caso la oportunidad,
también la justicia de la atribución, pero no es posible pensar que el Estado
sólo tenga trato con individuos y desconozca todas las formas de asociación que
tienen los ciudadanos. Que se esto se presta a discriminaciones, sin lugar a
dudas. Tampoco se puede esto restringir al deporte, porque éste también divide.
La asociación
de los ciudadanos en religiones o agrupaciones religiosas no se puede soslayar.
No se puede pretender desde el Estado que no existen las asociaciones
religiosas, porque ésta es una forma de vida legítima de los ciudadanos. Cómo
se relacione el Estado con ellas será fuente de problemas, como lo son todas
las realidades (asociaciones deportivas, económicas, culturales, sindicales).
Pero los problemas de convivencia no se solucionan desconociendo esas
asociaciones y poniendo el Estado como una entelequia por encima de todas. Por
otra parte, no debería permitirse, entonces, la presencia visible, pública del
Jefe de Estado, en actos de la Masonería, porque es darle un reconocimiento a
un grupo cultural-religioso organizado.
Es más que
claro, sin tapujos político-ideológicos, que
la tal laicidad absoluta frente a lo religioso es una creación histórica
contra los fieles católicos asociados en su Iglesia. Y la gran radicalidad del
supuesto principio no es por los islámicos – en el caso presente de Uruguay –
sino que apunta a que los católicos pidan enterrarse según sus principios, a lo
que tienen derecho, a algún otro metro cuadrado en una propiedad del Estado.
Mirando la
historia, y teniendo un pensamiento no bloqueado por el laicismo absoluto, el
famoso conflicto en tiempos de Berro y Vera fue por ese derecho de los
católicos a ser enterrados según el rito católico y a no admitir en los ritos
de su comunión católica a quien estaba fuera de ella.
D. Jacinto
Vera creía justo – de acuerdo con toda cordura – que uno que había roto con la
comunión católica (por ser masón) no podía recibir ritos católicos. Estos ritos
incluían el entierro en el campo santo católico, bendecido y que formaba parte de los espacios de la comunión católica. Nada impedía que fuera
enterrado con otros ritos – sin querer obligar a un funeral en la Iglesia
Matriz – y en tierra que no fuera campo santo.
Si el interés
hubiera sido la libertad y el respeto – y no agredir a la Iglesia Católica –
habría sido muy sencillo hacerle un funeral masónico en su casa o en un espacio
masónico y pedir el uso de parte del cementerio para los masones, sin agredir
el campo santo católico.
De hecho
tuvieron su cementerio los protestantes y otras confesiones y también
posteriormente los judíos.
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