Volvamos a las fuentes de la vida

Invitación a la Semana Santa
Esta semana es ocasión de volver a las fuentes de la vida, a la razón de la existencia, a ver dónde estamos parados. Más sencillamente a enmendarnos, a enderezarnos, a encontrarnos con Dios vivo y verdadero, a dejar que nos rescate de las aguas en que nos hundimos.
Reacciones ante opciones históricas empobrecedoras.
Si el proceso cultural de nuestro país hubiera sido de una apertura pluralista, la Semana Santa debería haberse continuado en una Semana Mayor, para las cosas mayores. Para los cristianos, a la luz de los acontecimientos mayores de la historia: la muerte y resurrección de Jesucristo. Para los no cristianos, una semana de reflexión, de introspección, de encuentros grupales sobre la sabiduría de la vida, sobre el sentido de las cosas, personales, sociales, políticas, sin el afán del poder, del dinero, de la imposición ideológica, sino buscando cambiarnos, mejorar.
Así, en general para los judíos, aún los no creyentes, el día del perdón y las celebraciones que lo acompañan siguen siendo – personal y colectivamente – días de desarrollo de valores éticos, de renovación de las personas. No se quiso borrar su origen religioso, mantiene un valor universal. No se le convirtió, por ejemplo, en un ‘día del baile’.
Desgraciadamente entre nosotros se quiso hacer un proceso de exclusión de la presencia del acontecimiento cristiano en la sociedad - como lo puede comprobar en cualquier documento de la época – y se quiso imponer la ausencia de Cristo.
Con ese fin, para intentar borrar el carácter religioso cristiano, se usó todo el aparato político y estatal, para una contra-religión. Así el valor superior es el poder, la política – valor sí, pero no superior –. En esta semana mayor se destaca el consumo, el placer, la distracción, sean en criollas, cerveza o turismo: poca cosa. No se elevó nada, se acható.
Estamos pagando el precio en una cultura plagada de ignorancia religiosa, de pérdida de valores, de carencia de sentido de la vida y de la muerte, del matrimonio, de los hijos, sin que haya un tiempo colectivo dedicado a lo más elevado del espíritu: la moral, la filosofía, la reflexión sobre el bien y el mal, la vida y la muerte, la esperanza y la desesperanza. Aunque creamos que todo progresa, sin embargo, en muchos aspectos desarrollamos una decadencia.
Pero todos somos responsables de reaccionar. No podemos caer en la excusa de no tener tiempo: si no tenemos tiempo para la búsqueda de la verdad, para enfrentar con Dios desde la posición en que estemos, es porque no queremos. El tiempo lo elegimos.
Una invitación  a lo que más importa: la verdad.
Los hombres somos complejos y también las sociedades, pero esa complejidad no es un montón de cosas. Lo primero que  hay que recuperar es el amor a la verdad. Para ello, estamos invitados a reconocer nuestros propios engaños, mentiras, medias verdades, sea por intereses personales, sea por amor a sí mismo, sea por búsqueda de poder o placer, sea por distracción, pura vaciedad, vanidad de vanidades.
Citando al Papa Benedicto, el Papa Francisco recuerda “la pobreza espiritual de nuestros días, que afecta gravemente también a los Países considerados más ricos. Es lo que mi Predecesor, el querido y venerado Papa Benedicto XVI, llama la «dictadura del relativismo», que deja a cada uno como medida de sí mismo y pone en peligro la convivencia entre los hombres”.
Todos estamos invitados a hacer el esfuerzo de pensar, de asumir, de criticar los lugares comunes, lo políticamente correcto. En esa lectura – si se hace con decencia – hay que entender el carácter único del cristianismo en nuestra historia, más aún el carácter único de Jesús, sin restringirlo a un mensaje concorde con los propios pensamientos.
A mis hermanos cristianos los invito a escuchar y mirar la verdad plena en Cristo crucificado: en él aprendemos qué es el amor de Dios, que nos llama y perdona, qué es nuestro pecado y nuestra falsedad, qué es la conversión y la vida de discípulos de Jesús. “Si se mantienen en mi palabra, serán verdaderamente discípulos míos, conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn.8,31-32).
En este Año de la Fe, la sinceridad para los cristianos es repasar toda la fe – oír todo el anuncio – y dejarse juzgar por él, en pensamientos y en acciones. Salir de la ignorancia religiosa y, en cambio, sacar todas sus consecuencias prácticas de conversión interior, de conversión de mente y de actos, de sometimiento a la verdad divina, de seguimiento de Jesús.
Recibir el don de Dios.
En el centro de la verdad está que somos pecadores y mortales – que debemos asumir y reconocer esa realidad – y que Dios sale a nuestro encuentro con su gracia, su favor, su luz. Se nos da, pues, el perdón, la salvación y la vida plena como regalo, como favor.
Por lo mismo, en la aceptación de la verdad está el recibir con humildad y gratitud el regalo, el favor. Este don entregado en la muerte de Cristo se nos ofrece en la predicación del Evangelio por la Iglesia, para que creamos, y en la recepción de la gracia por los sacramentos que brotan de la cruz de Cristo.
Por eso, el Señor nos invita a recibir el bautismo y la confirmación, a dejar que renueve su perdón en el sacramento de la Reconciliación – con una buena confesión – a celebrar el don pleno y total en la Santa Misa: mi cuerpo entregado, mi sangre derramada.
De aquí saldrán frutos de vida verdadera.

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