Hubiera querido escribir antes y
más, pero me faltó el tiempo, y, además todos estábamos atentos a las
novedades. De todas formas no quiero dejar pasar el advenimiento del nuevo
obispo de Roma y cabeza del colegio de los obispos, sin compartir algunas
reflexiones e impresiones.
Impresiones
Si empezamos por éstas, se nos
acumulan varias: el impacto de la
renuncia del Papa Benedicto, para mí tan querido, un verdadero padre y
maestro, que con gran libertad de conciencia y obediencia a la voluntad de
Dios, como servidor bueno y prudente se aparta y deja todo en manos de Dios.
Fue impresionante
la expectativa mundial ante la
elección de un nuevo papa. Si bien es verdad que esto sucede cada vez, sin
embargo no deja de ser casi apabullante el
lugar del Papa en el mundo contemporáneo, este mundo que parece privilegiar
otras cosas – el dinero, el éxito, la diversión, el poder – y que igualmente reconoce
esa dimensión diferente de la autoridad espiritual, de la búsqueda del sentido,
en último término de Dios.
Aún la variedad de opiniones, los
papables, los detalles intrascendentes, no dejaban de señalar la vigencia en el mundo moderno de la religión,
del cristianismo y de la Iglesia.
Por cierto, nos sacudió la sorpresa como de terremoto al
anunciarse la elección del Eminentísimo Señor - Señor - Jorge, Mario, Cardenal Bergoglio. En seguida una gran alegría, por el don de
Dios renovado, por la vivacidad de la Iglesia que en fidelidad a su ser, a su
tradición apostólica, aparece siempre nueva, fresca como el agua de la fuente.
Y luego todas
las vivencias de los encuentros, aunque fueran por la televisión, ante su
pueblo romano en la Plaza de San Pedro, y en las diferentes circunstancias. Se
fue manifestando, lo fuimos conociendo, se fue entablando la comunión con su
persona y su estilo.
Reflexiones
Lo
primero a considerar es el gran don que hizo el
Padre por Jesucristo en reunir a su pueblo, la Iglesia, de entre judíos y todas las naciones, para estar
presente en la historia de los pueblos con el poder salvador de su Espíritu. Y en
esa gran comunión universal del Pueblo de Dios, que es congregado en todas
partes por los obispos, tiene un lugar singular la Iglesia de Roma y el obispo de Roma, como principio y
fundamento perpetuo y visible de la unidad de los obispos y de la multitud de
los fieles. ¡Qué regalo es la Iglesia para la humanidad como sacramento
universal de salvación! ¡Qué regalo es para la Iglesia y el mundo el ministerio
del Papa! Esto dicho con respeto por
todos, y con gran humildad, porque si en Ella estamos, es por pura gracia de la
benevolencia de Dios.
La
universalidad o catolicidad de la
Iglesia se manifiesta en que es formada de todos los pueblos, en la unidad, y
también en que surge de cada pueblo en su diversidad. En este caso, el Papa
Francisco, argentino, latinoamericano, trae en la misma fe y caridad, trae el
aporte de la Iglesia de América, con su historia y su enfoque. Nosotros tan cercanos, diremos – como hacen los argentinos
con uruguayos que triunfan – que el Papa Francisco es rioplatense ¡y lo es!
El
Papa ha insistido en sus gestos y en sus palabras en el lugar central de la fe en Dios, en Cristo, para la vida de la
Iglesia y de cada cristiano. Ha seguido ese camino de ir a lo esencial y
principal señalado por el Papa Benedicto, últimamente convocándonos a un Año de
la fe. La fe indica que lo principal es Dios, Jesucristo, y todo debe vivirse a
su luz. La fe no es lejana, ilumina y permite dar la tecla en la realidad.
La
fe, que recibimos en el bautismo, no es sólo para algunos momentos – aunque haya
celebraciones explícitas de la fe, en especial la Santa Misa – sino que es el
sentido de la vida, la verdad que todo lo ilumina, el caminar en la presencia
de Dios que se ha revelado en Jesucristo.
Así lo indicó
el Papa Francisco a los cardenales: la confesión de la fe hace que la Iglesia y
todos los oficios en ella tengan sentido, de lo contrario se vuelve una
organización piadosa. Y en el centro de la fe, la cruz.
Así lo enseñó
a los periodistas: para entender a la Iglesia – más allá de todas las
estructuras y dimensiones humanas, normales – es imprescindible entender la
motivación de la fe, que introduce otra clave.
En el centro
de la fe ha proclamado la misericordia
de Dios y la respuesta de creer, esperar, abandonarse en ella, una y otra vez.
Sin duda que
el Papa Francisco ha subrayado la pobreza,
como camino de valoración de lo que importa: Dios y su gracia, el hombre y su
pequeñez. No se trata de consideraciones ideológicas y clasistas, sino de
realismo ante el Dios que se revela en Cristo pobre y sufriente y que revela la
dignidad del hombre amado por Dios, en su pobreza, y aún en la miseria del pecado,
donde brilla la misericordia divina.
Una última
reflexión. La importancia de la pastoral
ordinaria, de la vida ordinaria de la Iglesia. El Papa se ha mostrado como
obispo de Roma, que visita a su pueblo, a las parroquias, que predica y celebra
la Eucaristía dominical, que parte el pan de la palabra, que saluda y congrega
a los fieles. Es un llamado a apreciar y vivir lo que nos ofrece la Iglesia
cada día, cada domingo, y, a la vez, a anunciar desde allí, como discípulos
enamorados de Cristo, como misioneros llamados y enviados, el amor del Padre,
entregado por Jesús, en la Iglesia, en su debilidad y pobreza, con la fuerza
del Espíritu Santo.
Recuerdos
Conocí al P.
Bergoglio SJ allá por el año 1974 y lo vi mucho esa época. En 1978 viví en el
Colegio de San Miguel, donde él habitaba como provincial de los jesuitas
argentinos. Yo estaba llevando adelante la tesis doctoral, él era responsable
de su comunidad en aquellos años tempestuosos. Hizo mucho por encausar a sus
hermanos. Recuerdo su vivacidad, su empuje, las bromas y las risas del recreo.
Luego pasé
muchos años sin verlo, y tuve ocasión de saludarlo, hace unos cuatro años, en
la puerta del arzobispado de Buenos Aires, cuando él ya era un arzobispo con
fama bien definida. Conversamos brevemente con cordialidad.
Oremos por
nuestro Papa Francisco, el Señor lo bendiga, le dé paz y salud, para que caminemos
juntos en estos años de gracia del Señor, sirviéndolo de corazón, con la
esperanza puesta en la vida eterna.
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ResponderEliminarComo siempre, Monseñor Alberto, nos ayuda con su visiòn de todo, sus palabras tan amorosas a ese Papa que yo tambièn querìa mucho, Benedicto.
ResponderEliminarTambièn su relato afectuoso y realista sobre nuestro actual Papa Francisco; de como viviò y viò todo lo que ha sucedido en estos tiempos. ¡que momentos històricos! Ud. nos acerca mas a vivir nuestra Fe, cuando reflexiona con nosotros, y nos mantiene informados con tan primoroso cuidado, atenciòn y cariño para quienes lo seguimos, que nos quedamos esperando beber un poco mas de lo que nos cuenta. Gracias por su homenaje a nuestros Papas, hacìa falta su palabra.
Quisiera hacer llegar a todos los Obispos de Uruguay y a Monseñor Nicolàs Cotugno, mis oraciones, porque con el ejemplo de Benedicto XVI, pude reflexionar sobre vuestro sacrificio y entrega total a todo el rebaño, que ustedes nuestros pastores nos dan casi que demasiado. Me ha emocionado mucho el ver el rostro cansado, el caminar de Benedicto, y aùn asì tan valiente y tan solito, que no pude evitar pensar en todos ustedes; y el martes 19 de marzo vi emocionarse a Mons. Nicolàs Cotugno durante su homilìa, y al salir de la Iglesia, no pude decirle, lo valioso que es para nosotros asì como todos ustedes, porque el gentìo no me permitiò hacerlo. Me quedò el remordimiento de no poder llegar a èl, y a él como en representaciòn de todos ustedes para inclinarme ante ustedes, con agradecimiento y respeto, para apoyarlos siempre y crecer en la Fe bajo su amparo amoroso. ah..si yo pudiera evitar que ustedes sufran la ingratitud y el abandono a la que son expuestos tantas veces.
Yo soy una ovejita mas del rebaño, pero no abandonarè jamàs a mis pastores.