Queridos hermanos de la Iglesia de Dios que peregrina en Canelones.
La gracia y la
paz, la fortaleza y el consuelo del Espíritu de nuestro Dios estén con todos
ustedes.
El tiempo de
la Santa Cuaresma nos invita cada año a una conversión a Dios, nuestro Señor, para
renovar nuestra fe por la escucha de la Palabra de Dios, para volver a Él, para
cambiar nuestra conducta, para acercarnos a su gracia en los sacramentos y
especialmente en la Santísima Eucaristía.
Esta
Cuaresma de 2020 está siendo marcada por la epidemia del coronavirus que está
comenzando a extenderse entre nosotros. Tal realidad es un llamado tanto a la
conversión interior, como a una serie de conductas y hábitos concretos.
De
acuerdo con lo señalado por las autoridades sanitarias debemos poner el mayor
empeño en procurar evitar el contagio, en la medida de nuestras posibilidades.
Para
ello, están todas las precauciones personales de higiene, de menores contactos,
de protección, de apartarse de ocasiones que puedan propagar la enfermedad.
De
acuerdo con ello, según las indicaciones de los Obispos, recordamos y
anunciamos:
1) “Hemos resuelto suspender por
dos semanas toda actividad pública con fieles, inclusive la Santa Misa”. Esto
es debido a las directivas de que debemos evitar la aglomeración de personas.
2) Las iglesias parroquiales, según las distintas realidades, seguirán
abiertas para la oración. Los sacerdotes están al servicio de los fieles para
la confesión o el consejo espiritual, así como para distribuir la Sagrada
Comunión, siempre en forma individual y sin celebraciones comunes. En tiempos
determinados se expondrá el Santísimo Sacramento también para la adoración,
evitando los grupos.
3) Con las debidas cautelas y en proporción a la necesidad se llevará
la comunión a los enfermos que la solicitan así como los santos sacramentos,
porque así como los servidores de la salud corporal atienden a los pacientes,
también queremos atender la salud espiritual de las personas. Siempre, con
todo, somos conscientes de que el riesgo proviene no sólo de una entrega personal
con la posibilidad de contagiarse, sino también de la posibilidad de contagiar
a otros.
4) Hay distintas formas a distancia y diferentes grupos por los cuales
podemos entregarnos a la oración y estar en comunión.
5)Los sacerdotes ofrecerán el Santo Sacrificio de la Misa todos los días
y, en lo posible, harán saber la hora, para que los fieles puedan unirse espiritualmente
al ofrecimiento de la Misa y a la comunión espiritual con el cuerpo y la sangre
de Cristo.
6) Yo personalmente celebraré la Santa Misa todos los días a las 10.30
y la trasmitiré por Facebook en mi cuenta Alberto Sanguinetti Montero.
Asimismo todas las semanas pueden seguir el programa La fe en el aire, sea en la página de la
diócesis (diocesisdecanelones.com), sea en el canal “diocesis de canelones” (https://www.youtube.com/results?search_query=diocesis+de+canelones)
Reflexiones
Hermanos,
estas circunstancias son un llamado de Dios a la oración, a la caridad, al
servicio de unos para con los otros. Por eso los invito a redoblar la escucha
de la Palabra de Dios, la oración en especial por los enfermos y ancianos en
las distintas dolencias, por los que los cuidan y sirven.
Esta
experiencia particular es un llamado a hacer un verdadero retiro espiritual. Esta cuaresma vivimos el retiro de Cristo de
cuarenta días y la marcha del pueblo en el desierto.
1. Una revisión de vida.
Experimentamos,
casi de golpe, nuestra pequeñez, nuestra inseguridad, tanto personal como en
comunidad. Un pequeño virus nos ha dado vuelta a todos. Hemos comenzado la
cuaresma con la advertencia sapiencial: “Recuerda que eres polvo y en polvo te
convertirás”.
Nuestra
debilidad, las limitaciones que debemos imponernos en nuestros hábitos,
movimientos y gustos, nos llaman a una profunda reflexión sobre lo que es
importante o no en nuestra vida. Es una invitación a revisar la vida, según los
mandatos y las exigencias del Evangelio. Cristo nos proclama: “Quien quiera
salvar la vida la perderá; quien la pierda por mí, la encontrará. ¿de qué le
sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mt.16,25-26).
2.
El valor de la vida en toda
circunstancia. El valor supremo de la fe.
La vida y la
salud son un gran bien, que debemos buscar preservar. Por eso, la Iglesia
defiende la vida humana desde su concepción, la del niño que está en el vientre
de la madre, y la de todo hombre, aún del anciano y del enfermo.
El valor de la
vida, que la epidemia nos hace destacar, muestra la insania de quienes, después
de haber defendido el aborto – con la consecuencia de miles de vidas humanas
segadas - , ahora quieren propugnar la llamada eutanasia. En un país que tiene
los mayores índices de suicidio, incluido el juvenil, se propugna naturalizar
socialmente la muerte autoinfligida. Cuando los médicos luchan por la vida, se
quiere hacerlos indiferentes a provocar la muerte de quien se lo pidan.
Sin lugar a
dudas, estas aberraciones aparecen más patentes, cuando se lucha por cuidar la
vida de tantos débiles, especialmente ancianos.
Esa mentalidad
de quienes ponen en manos de los hombres la vida de los otros, sean
legisladores, pensadores, o simples ciudadanos, es una última consecuencia
de la negación de Dios, como principio y
fundamento de la existencia y como defensor de cada uno de los seres humanos,
aún pequeños o débiles.
Es, pues, esta
circunstancia, un llamado a revisar la razón frente a las ideologías que aparentan
ser razonables (defender la vida de una madre contra la del hijo, matar al que
sufre para aliviarlo) y que son una cultura de muerte.
También hemos
de pensar en que no somos los dueños de la vida: ni la creamos, ni la
sustentamos. Es un don de Dios, a ser vivido con Él y ante Él, sostenidos por
la verdad y la gracia.
Todo esto nos
hace ver que siendo la vida un valor altísimo, ella misma está sujeta a la
razón y a la verdad, a Dios mismo. La vida
que ha de ser cuidada, en último término ha de ser entregada, personalmente a
Dios. Ese es el don libre de la fe, que no niega la razón, sino en el que la
razón llega a su plenitud de sentido y de libertad.
3. el valor superior del Santo Sacrificio de la Misa
Atentos a la urgencia, los domingos
cuarto y quinto de cuaresma los católicos del Uruguay están dispensados de la
obligación de celebrar la Misa Dominical, como cuando están enfermos.
Esta
dispensa, así como la suspensión de la Santa Misa en su forma normal con
afluencia masiva de fieles no deben hacernos perder la grandeza de la Misa, ni
nos conduce a equipararla a cualquier actividad abierta al público.
La
Iglesia vive de la Eucaristía, de la Santa Misa, de acuerdo con el mandato de
Cristo: “hagan esto en memoria mía”. La Santa Iglesia cree y confiesa
firmemente que la Misa es el Santo Sacrificio que Cristo ofreció en la cruz
para la salvación del mundo entero, que Él ofrece eternamente en los cielos, y
al que une consigo a su cuerpo y Esposa, la Iglesia para que con Él mismo lo
presente al Padre, en un mismo Espíritu, por la salvación de vivos y difuntos.
Más
allá de una mirada exterior, los católicos proclamamos con palabras y obras que
la Santa Misa sostiene el mundo: por ella, Cristo santifica y perdona los
pecados, da la gracia de la salvación. En ella, la comunidad de los bautizados
ofrece al Padre el culto, la adoración en espíritu y verdad, que es el fin
mismo de la existencia del universo.
Como
dice el antiguo lema de los cartujos: “mientras
el mundo da vueltas, la Cruz está firme de pie” (Stat crux dum volvitur orbis).
Recordemos en
estas circunstancias nuestros antepasados que murieron por celebrar la Eucaristía.
Los mártires de Abitinia (Túnez) en el año 303/304, a pesar de las órdenes del
emperador Diocleciano se reunían para celebrar el Domingo la Santa Eucaristía.
Cuando fueron apresados y torturados confesaron
su fe cristiana y la imposibilidad de renunciar a la celebración del sacrificio
del Señor, derramando su sangre en lugares y momentos distintos. Sus testimonios
hoy nos iluminan: «‘Sine dominico non possumus’, sin reunirnos en asamblea
el domingo para celebrar la Eucaristía no podemos vivir. Nos faltarían las
fuerzas para afrontar las dificultades cotidianas y no sucumbir». “¡Un
cristiano no puede existir sin celebrar los misterios del Señor y los misterios
del Señor no se celebran sin la presencia de los cristianos!”
A lo largo
de los siglos y en distintas circunstancias, pues, los cristianos testificaron
el lugar único de la Misa, para sí y para el mundo, hasta el derramamiento de su
sangre.
Así, pues, aún con medidas
extremas, que son un acto de caridad y comunión con la sociedad entera, para
cuidar la salud corporal, igualmente damos testimonio de nuestra certeza de que
Cristo es el Salvador del Mundo, de que no hay otro nombre por el cual seamos
salvos y que por el bautismo y la confirmación estamos consagrados al ofrecimiento
del Sacrificio Eucarístico, por nosotros y la salvación del mundo entero. No
existimos sin la Misa.
Por esto mismo, los
sacerdotes, aún sin la presencia circunstancial de la asamblea de los fieles,
pero con ellos y ellos por medio de los sacerdotes, ofrecerán todos los días y
especialmente el día del Señor, el domingo, la Santa Misa.
Asimismo,
aunque los fieles no puedan congregarse para la Santa Misa, los exhorto a que
igualmente santifiquen el día del Señor, el Domingo, uniéndose de alguna forma
a la Santa Misa que es ofrecida en todas las parroquias de la diócesis.
Principalmente,
como exhorta el Concilio, ofrezcan la
hostia inmaculada, Cristo, por manos de
los sacerdotes, y también ofrezcan a sí mismos junto con Cristo al Padre. Al
mismo tiempo estén más unidos con la Iglesia que alaba a Dios y se entrega al
servicio de los hermanos.
Que este ayuno
de la Eucaristía, nos lleve a valorar más el don de la Santa Misa, a revisar
nuestra participación en ella, para la que fuimos dedicados por el bautismo y
la confirmación.
4.
El valor del sacerdocio católico.
Así, pues, queridos
hermanos, sus pastores, el obispo y los sacerdotes, con los diáconos, de la
Diócesis de Canelones los de diversas formas, estamos entregados a Cristo en su
servicio.
Recordamos en
estas circunstancias a nuestros mayores que se entregaron en medio de distintas
epidemias. El Vicario Apostólico, José Benito Lamas, partícipe de la revolución
desde el comienzo, falleció víctima de la epidemia de fiebre amarilla de 1857,
atendiendo a los afectados. Mons. Jacinto Vera se prodigó en las epidemias
se la década siguiente y muchos sacerdotes de ambos lados del Plata fallecieron
por su entrega.
Más allá de
nuestra pobre persona, y aún con nuestra debilidad y pecados, agradecemos
juntos el don del sacerdocio que Cristo dio a su Iglesia, a su pueblo, y por
medio del cual, sigue a proclamando la Palabra de la Verdad y el Evangelio de la Salvación, entregando la
vida por los sacramentos, y ofreciendo su propio sacrificio al que une a todos
los bautizados, ungidos por el Espíritu como pueblo sacerdotal.
Valoremos el
don del sacerdocio católico, instituido por Jesucristo en los Apóstoles,
continuado en la Santa Iglesia, por la sucesión apostólica de los obispos, y
del que participan los presbíteros – los sacerdotes- por medio de los cuales el mismo Señor Jesús
actualiza el sacrificio de la Cruz, derrama toda gracia, nos alimenta con su
cuerpo y sangre y nos llena de su Espíritu Santo, para que Dios Padre sea
glorificado en todos. Por ello, también oremos por las vocaciones sacerdotales.
A todos nos
guíe el Señor por su Espíritu, protegidos por Santa María, la Virgen de
Guadalupe y con el patrocinio de San José.
Los bendigo
+ Alberto, obispo de Canelones.
Canelones, 17 de marzo de 2020
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