Al comenzar esta Santa Cuaresma
quiero compartir con ustedes una invitación a vivir este tiempo de gracia y
misericordia.
Antes
que nada, en la Cuaresma nos es anunciado que el Señor nos regala su perdón,
por su puro amor y misericordia. Recibimos el Evangelio de la esperanza, la voz
del Padre que sale al encuentro de sus hijos, el amor del primogénito entre
muchos hermanos que los rescata de la sujeción al demonio por el temor a la
muerte, él que es siempre misericordioso y fiel.
“Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito” (Jn.3, 16). ¡Cristo “nos amó
hasta el extremo!” (Jn. 13,1). “Vivo ahora en la carne la vivo en la fe del
Hijo de Dios, que me amó y se
entregó a sí mismo por
mí” (Gal. 2,20).
Es
éste el primer anuncio del Evangelio,
el kerygma. Antes de preguntarnos
qué hacemos, cómo lo hacemos, qué tendríamos que hacer, en este tiempo de
gracia somos invitados a escuchar este primer anuncio.
El
Papa Francisco lo resume así: “El kerygma es trinitario. Es el
fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en
Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos comunica la
misericordia infinita del Padre. En la boca del catequista vuelve a resonar
siempre el primer anuncio: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y
ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para
liberarte»”.
La
Cuaresma nos actualiza la escucha del kerygma. Como explica el Papa, “cuando a
este primer anuncio se le llama «primero», eso no significa que está al
comienzo y después se olvida o se reemplaza por otros contenidos que lo
superan. Es el primero en un sentido cualitativo, porque es el anuncio principal,
ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre
hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis,
en todas sus etapas y momentos” (EG 164).
En
ese marco de gracia, a nosotros, como personas, más aún si somos bautizados, se
nos proclama el designio del Padre. Su amor gratuito hasta el fin nos llama a dejarnos perdonar: “déjense reconciliar con
Dios”, dejémonos amar por Dios, dejémonos perdonar por el Padre, recibamos el
fruto de la sangre preciosa de Cristo (2 Cor 5,20).
Por
cierto, recibir este Evangelio, creer en el amor que Dios nos entrega en su
Hijo, el acto de fe, trae consigo un acto de entrega y de obediencia: el
bautismo. Esto es dejar que Dios obre en nosotros por Cristo en su Santa Iglesia,
dándonos el Espíritu Santo. Recibir el bautismo - o renovar su aceptación – está unido a la
obediencia de la fe (hay que conocer la revelación de Dios), a la recepción de
la gracia en la Iglesia (el sacramento de la confesión para el perdón de los pecados,
el Santo Sacrificio de la Misa).
El
amor de Dios da lugar, pues, a una conversión,
a un giro, a tomar o retomar el camino de discípulos de Cristo. Esa conversión
tiene un contenido de verdad (por eso hay que conocerla), un contenido moral
los mandamientos y las bienaventuranzas, un contenido religioso (amar a Dios, celebrar su culto, entregarse a Él,
servirlo en los hermanos).
La
Cuaresma es tiempo de creer en el amor a Dios y convertirse a Él y por Él.
En
su mensaje de Cuaresma el Santo Padre nos recuerda: Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24,12).
Hay aquí un
alerta: la maldad crece y enfría el amor. Es también una clave de lectura de la
realidad y de uno mismo: ¿cuál es el ardor del amor, de la caridad? ¿Cuál mi
amor a Dios y mi entrega a él? ¿Cuánto se manifiesta en el cumplimiento de sus
mandatos? ¿En la búsqueda de su voluntad, de agradarle? ¿Cómo se derrama en
amor y servicio al prójimo?
Esto
nos habla también de un combate, para mantener el amor a Dios y al prójimo. La
Cuaresma es también ejercicio de combate. ¡Cuánto se esfuerza un deportista por
ganar! ¡Cuánto se lucha por el bienestar! ¡Cuánto arriesga un soldado! Esto por bienes efímeros, pasajeros. Libremos
el combate de creer en Dios, entregarnos a él, recibir su amor y perdón,
servirlo con humildad, obediencia y entrega, para gloria de Dios.
Que nos cuide el
Espíritu y nos haga volver al amor primero (Ap.2, 4). Que recibamos el
don de la reconciliación con Dios y entre nosotros, para vivir en la caridad fraterna,
porque como lo cantamos en la liturgia, donde hay caridad y amor allí está el
Señor.
El
Señor nos conceda que libremos juntos el combate sin desfallecer y recibamos juntos
esta gracia, para vivir su amor y ternura, para anunciarla y comunicarla
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