ESPERANZA EN EL JUICIO DE LA VERDAD - la Etimasía

El anuncio del Evangelio proclamado por la Iglesia dice: "Jesucristo de nuevo vendrá con gloria como juez de vivos y muertos".

Esperamos a Jesucristo, Dios y hombre, creador y crucificado-resucitado como juez.
Ante ello, alguno sonríe con suficiencia, como si fuera algo no dirigido a su vida.
Precisamente no someterse al juicio de Dios, que lo ha puesto en manos de Jesucristo, el comienzo de la necedad y de la vanidad de juicios y acciones humanas.
       A otros les parecerá demasiado lejano ese juicio, mientras tanto pasamos escuchando los juicios de los hombres, la charlatanería de los juicios opinables, la vaciedad del oportunismo político de tantos juicios. Incluso de a poco crece la imposición de palabras y opiniones ideológicas que se imponen por la fuerza de la repetición y de la misma ley, hasta el absurdo de llegar a presentar como derecho el homicidio del inocente, sea éste pequeño feto en el seno de la madre, sea éste un enfermo - joven o viejo - cuya vida se declara - o él mismo declara - indigna, abriéndose la legislación a la eutanasia. Como si el juicio sobre la vida dependiera simplemente de ideas, supuestos derechos humanos y cantidad de votos.
        Algunos, con más seriedad, apelan el juicio de la conciencia. Y es verdad que es sagrado el juicio de la conciencia, porque es la convicción interior de que debe haber un juicio con valor de verdad.
      Pero no hay que confundir la conciencia, con mi opinión, el "a mí me parece", "cada cual sigue lo que le parece". Porque, si bien la conciencia necesariamente es personal, sin embargo la conciencia apela a que haya una objetividad en el juicio de bondad y verdad, al cual la conciencia personal se somete, porque juzga que hay un juicio universal de verdad, aunque en concreto muchas veces sea difícil advertirlo.
      Así, pues, el tribunal más alto - el de la conciencia - apela a la existencia de un juicio universal, verdadero y justo.
      Más aún, la conciencia - si no es un mero imperativo categórico útil - remite a que haya un juicio no sólo sobre el momento, sino sobre toda la vida, sobre toda la responsabilidad de la persona humana, que incluya los momentos graves de la decisión de conciencia.

      También la conciencia de cada uno ha de enfrentar el carácter irreparable de sus maldades y pecado. ¿Cómo se va a enfrentar la necesidad del juicio moral, incluido el juicio de conciencia, sin enfrentar el mal, sin ni siquiera querer usar el término pecado, como si se tratara simplemente de errores?  Esto es mentir sobre la existencia humana
     Por ello, a menudo - si no se es un frívolo - es difícil cargar con el juicio de la conciencia, sin cubrirlo. Es difícil no sólo perdonar al otro, sino perdonarse a sí mismo.
Por eso la conciencia en el fondo espera - no puede asegurarlo - también un juicio de benevolencia y perdón que lo restituya a su dignidad, a su prístina rectitud.
      La razón humana y la conciencia humana - dejando de lado el cúmulo de juicios livianos y temerarios -  apela, tiende hacia un juez, que haga brillar la justicia y la rectitud y que también perdone, restablezca en la pureza de corazón, que salve a la misma conciencia y la reconcilie con la verdad y el bien, consigo misma y con los demás.
       Los  cristianos, con profundo realismo, - sin shows mediáticos - proclaman la realidad. Dios es el único juez, porque es el fundamento de la verdad y la justicia, porque es el único que puede juzgar con rectitud, porque es también el único que puede otorgar un perdón reparador.
Y su juicio Dios ya lo ha hecho definitivamente en su Hijo eterno, el hombre Cristo Jesús. La cruz es la condenación del pecado, la expiación del pecado y el regalo del perdón, para quien quiere recibirlo con humildad y arrepentimiento agradecido.
Lo que ya ha brillado y se proclama como juicio de gracia en Cristo muerto y resucitado, para que por la humildad de la fe se reciba como don, aparecerá en su esplendor definitivo en la segunda venida de Cristo.
        Sí, la historia de cada uno y la historia común tienen un fundamento en el juicio de Jesucristo, juez de vivos y muertos. No en la relatividad de políticos, comentadores, historiadores, en la propia afirmación de la razón - con todo su brillo - , ni siquiera en el juicio superior de la conciencia. El fundamento definitivo es Jesús, juez de vivos y muertos. ¡Ésta es la luz para las conciencias! ¡Éste es la roca de la razón y la ley natural alcanzable con ella! En él se fundan derechos y deberes. Él sobre todo puede juzgar, apartando el pecado - porque lo ha llevado sobre sí - y perdonando, restituyendo a la gracia y santidad.

     En lo alto del arco del ábside de la Catedral de Canelones está representada la etimasía. Es el trono preparado para el Rey y Juez, que vendrá y que es nuestra esperanza presente. Sobre él brilla la cruz, da la muerte reconciliadora y sanante, de la resurrección gloriosa y vivificante. Sobre el almohadón real del trono, sobre el manto de púrpura el Libro, que representa a Cristo Logos, Cristo Evangelio del Padre, la ley y la gracia por la que seremos juzgados.
      Debajo los ancianos - tomados del Apocalipsis - que se postran y entregan sus coronas. Son todos los pueblos que reconocen la verdad de la ley de Dios, de Jesucristo, y lo adoran, sometiéndose a su juicio, que es de verdadera justicia, de gracia y perdón.
      En imagen  se proclama la esperanza, fundante de la historia personal y social, individual y comunitaria, de cada pueblo y toda la humanidad: hay un sentido, hay un juicio y hay misericordia y salvación de la condenación merecida. 

          Que el tiempo del Adviento, nos purifique en la esperanza, para cada uno y su conciencia, para las familias, las comunidades  y los pueblos, queriendo aceptar con alegría el juicio de Jesucristo, fundamento del sentido de nuestras vidas y de la historia. Convirtámonos ante el juez eterno y presente, y postrados ante él, dejemos que juzgue y enderece nuestra existencia, en el tiempo y para la eternidad.
¡Ven, Señor Jesús!

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