Lo envió Silvana Fiamene... lo comparto
Transcurría diciembre del año 2066. Un niño, de los pocos
que había por esa época, volaba en su patineta a propulsión de aire comprimido
por la Avenida Benedetti. Al llegar a la esquina, entró en un moderno rascacielos
tan alto como angosto identificándose ante el portero robótico como Alfredo
Peres. “Vengo a visitar a mi abuelo”, comentó, sabiendo que al guardián de
acero poco le importaban sus motivos.
Al llegar al piso número 53 el ascensor de cristal se
detuvo. Pasó por al lado de varios ancianitos que absortos en sus pensamientos
y palabrerío no notaron su menuda
presencia. Su abuelo sí que lo notó. Esperaba su visita cada mes, contando los
días en su pequeño almanaque electrónico. “Te traje algo abuelo”, comentó el
pequeño Alfredo, “no ha sido fácil de conseguir”. El niño sacó de su mochila un
minúsculo paquete conteniendo cápsulas de diferentes colores. “Tienen sabor a
chocolate de distinta clase” comentó emocionado.- “Gracias cielo” le sonrió su
abuelo. “Alfredo, ¿qué fecha es hoy?” preguntó un tanto confundido. “25 de
diciembre abuelo” respondió el niño.
“ah! Es Navidad” suspiró Don Lucho con cierta nostalgia.
“¿Navidad?, ¿qué es eso abuelo? Preguntó el pequeño… su abuelo lo miró
perplejo. No lo recordaba.
Al volver a casa, preguntó a su nodriza si sabía que
significaba Navidad. “Ni idea” comentó la joven, “nunca había escuchado esa
palabra”. El niño preguntó entonces a todos cuantos conocía. Era inútil, nadie
sabía. Se preguntó entonces si sería un invento de su abuelo. Hacía tiempo que
no estaba bien de la memoria y a veces no podía hilvanar un acontecimiento con
otro. Sin embargo, la curiosidad lo mantuvo en vela casi toda la noche. ¿Cómo
podría saber a lo que se refería su abuelo con “Navidad”?. ¿Qué podría hacer
para descubrirlo? Entonces se le ocurrió la idea más brillante, desde que había
cubierto a Saya, su mascota virtual autosuficiente, con luces led para poder
encontrarla en la oscuridad. Inventaría una máquina del tiempo. ¡Sí!, hacía
mucho que venía procesando la idea y este parecía ser el momento justo.
Regresando unos años en el tiempo, tal vez podría ayudar a su abuelo a recordar
lo que significaba la Navidad.
Usando su vieja impresora 3 D, comenzó a formar cada una de
las piezas que necesitaría para el ensamblaje de la máquina y mezclando una
combinación de gases a alta velocidad activados con Carbono 14, pronto tuvo
listo su invento. Una parte del plan ya estaba en marcha. La segunda era un
poco más complicada. ¿Cómo haría para sacar a su abuelo del lugar donde residía
desde hacía tanto tiempo sin el consentimiento de un adulto responsable? Su
padre lo había solicitado por catálogo a una empresa de ingeniería genética, y
ocupado como estaba en mil tareas internacionales lo había dejado al cuidado de
una nodriza hacía varios meses. No había ninguna certeza de que fuera a volver
pronto. Tendría, como tantas otras veces, que arreglárselas solo.
Disfrazó entonces la máquina del tiempo como si fuera un
dispensador de cápsulas de helado y se aventuró a llevarlo hasta la residencia.
El apático portero de hojalata no sospechó nada y luego de la identificación
digital y pupilar del niño, le dejó subir.
Una vez arriba la cosa era más sencilla. Solo debía
convencer a su abuelo de subirse a su invento. Don Lucho estaba tan contento
con la visita inesperada de su único nieto que le concedió sin más lo que le
solicitaba. “Vamos a ir a descubrir lo que es la Navidad abuelo” le dijo
emocionado el pequeño. “¡yo te ayudaré a recordar!”.
Y así ambos asegurados en sus asientos pusieron en marcha el invento
reluciente del pequeño Alfredo.
“Año 2000” programaron y luego de varios giros suspendidos en el aire, la
máquina desapareció.
Aparecieron en el borde de un continente, sobre el Océano
Atlántico. “Disculpe Señor, ¿cómo se llama esta ciudad?” preguntó Alfredo.
“Montevideo, chiquilín, la capital de Uruguay”. El niño se quedó sorprendido.
Estaba seguro que nunca había oído hablar de aquel lugar.
25 de diciembre del año 2000. Decidieron explorar para poder
llegar a una conclusión sobre lo que significaba la “Navidad”.
Después de recorrer todo el día la ciudad y hablar con mucha
gente, Alfredo sintió que ya lo tenía resuelto:
“Abuelo” dijo emocionado, “lo hemos descubierto. La Navidad
es juntarse toda la familia, hacer una gran fiesta, esperar a un personaje muy
abrigado de rojo al que todos llaman Papá Noel, comer muchas cosas, tomar
bebidas que te pongan “alegre” o “mareado”, abrir regalos junto a ese árbol
verde lleno de “chirimbolos” y luces de colores. ¡Qué lindo abuelito! ¡Ya
sabemos lo que es la Navidad!”
“Sí”, contestó Don Lucho también con cierta emoción,
“pero…me late que la Navidad es algo más, solo que no puedo recordarlo”
“¿Y por qué harán esa gran fiesta? ¿y quién será ese tal
Papá Noel? Preguntó el pequeño de nuevo intrigado.
“o Santa Claus, o San Nicolás” contestó Don Lucho. “Sé que
le llaman también con esos nombres pero no sé bien quién fue”
“No te preocupes abuelo, lo averiguaremos”
Y googleando en su reloj buscó la fecha en la que vivió tan
friolento personaje.
Así partió nuevamente la máquina del tiempo con sus dos
tripulantes hacia el año 325, lugar: Asia Menor.
En una callejuela cubierta de nieve vieron pasar un montón
de niños alborotados. Alfredo nunca había visto tantos niños juntos. Su abuelo,
aunque con muchos más años, tampoco. Casi nadie tenía hijos en el año 2066. Las
escuelas habían tenido que cerrar por falta de estudiantes y los niños eran
educados solos y en sus casas por computadoras muy modernas que tenían la
información necesaria para cada grado.
Pero ahí estaban todos esos niños con una algarabía enorme,
corriendo y saltando todos en una misma dirección. “Hey, ¿a dónde van?” les
preguntó Alfredo.
- “¿Dónde más?-le contestaron, “¡con Monseñor Nicolás!”
“¿Qué no sabes qué fecha es hoy? ¡Hoy es Navidad! Y el Obispo acaba de regresar
de la ciudad de Nicea. Seguro nos ha traído muchos regalos de allá”
Efectivamente, Monseñor Nicolás, había vuelto tan contento
del Concilio de Nicea que en el camino había conseguido muchos obsequios para
los chicos y también comida para los pobres. Y así sin más, lo encontraron
repartiendo todo cuanto tenía a los niños y necesitados.
“¿Por qué lo haces?” le preguntó Alfredo a Nicolás de Bari.
“Es que hoy celebramos la Navidad, que es el nacimiento del Niño Jesús, y como
es el mayor regalo que Dios nos ha dado, yo también doy con generosidad todo
cuanto tengo, para demostrar a los demás cuánto nos ama Dios”.
“¿y quién es Jesús, y cuándo y dónde vivió?”
“Jesús es el Hijo de Dios vivo, que nació de María la
Virgen, pasó haciendo el bien en la tierra y luego se entregó por nosotros para
salvarnos de la muerte y llevarnos a la Felicidad Eterna del Cielo” “eso es lo
que acabamos de proclamar en el Concilio donde nos reunimos este año, con
Atanasio y otros sabios y valientes más”. Y dándole un oso de peluche al niño y
unos dátiles azucarados al abuelo, se marchó rumbo a la Iglesia que ya
redoblaba sus campanas para celebrar la misa de Navidad que él mismo
presidiría.
“¡Ya recuerdo algo!”, dijo exaltado el abuelo “Jesús,
Jesucristo es el que a partir de su nacimiento contamos los años, antes y
después de Cristo dicen los libros que narran la historia de la humanidad”
“Vamos abuelo, todavía nos queda mucho por resolver” invitó
Alfredo. Y poniendo en marcha la pequeña nave retrocedieron en el tiempo hasta
Belén en el año 0: estaba por acontecer la primera Navidad.
Ni bien bajaron de la nave, unos personajes muy elegantes,
ataviados con finas telas hasta en su cabeza y montados en unos animales muy
grandes y extraños les preguntaron: “Disculpen, venimos desde muy lejos
siguiendo una estrella que nos ha guiado hasta aquí, ¿conocen ustedes dónde ha
de nacer el Salvador del mundo?”
“bueno, contestó el pequeño Alfredo, eso no lo sabemos, pero
nosotros también estamos buscando a un niño, su nombre es Jesús, tal vez juntos
sea más fácil encontrarlos”
Y montados en aquellas criaturas del desierto, prosiguieron
su viaje, ahora acompañados.
En la ciudad de Belén encontraron mucha gente atareada y
pensaron que tal vez así era la Navidad en todos lados. Pero en cuanto se
pusieron a preguntar, nadie sabía nada sobre el nacimiento de Alguien
importante, ni de una Virgen que se llamara María. Entonces los Sabios de
oriente decidieron seguir confiando en su estrella, ya que les había guiado
hasta allí. Hacía frío en aquellas tierras en esa época del año, y en una
cueva, refugio de animales, junto a un burro, una vaca y unos cuantos pastores,
encontraron a esta humilde familia, que sorprendidos sostenían en brazos un
pequeño niño. Alfredo nunca antes había visto un bebé. Pensó que los reyes
tampoco, pues se pusieron de rodillas ante Él. La joven madre era muy dulce y
sus ojos reflejaban una alegría inmensa. Entonces los pastores contaron como se
les habían aparecido unos ángeles cantando y anunciando el nacimiento del
Salvador. Los reyes por su parte también
contaron como la señal en el cielo les había guiado hasta allí a ellos, que
durante toda su vida habían estado buscando la Sabiduría eterna. Y el abuelo
Lucho contemplando al Niño Dios recordó como la Esperanza había estado siempre
unida a este acontecimiento único, y se llenó de gozo al comprender que más
allá de los tiempos y lugares, para todos hay un Cielo esperando.
Al regresar a casa, Alfredo y su abuelo contaron a todos lo
que habían vivido juntos.
A medida que transmitían la historia de la Navidad los
rostros se iluminaban y los corazones se encendían. Uno de los abuelos sacó de
su baúl un ejemplar empolvado de la Biblia que contaba esta historia
maravillosa de Amor de Dios a los hombres. Los padres la transmitieron a sus
hijos con esperanza, y en ellos brotó la semilla de la Fe.
El mundo, para ese año 2067, se había vuelto a llenar de Luz, de Paz y
de Verdadera Alegría. a.
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