¿Pascua?

Entre diversas reflexiones pascuales, me pareció interesante la del Dr. Ignacio de Posadas, aparecida en el diario El País. Por eso, la  transcribo


¿Pascuas?
¿Y a mí: qué? ¿Qué interés puede tener la Pascua para un no creyente?

La creación es algo mucho más fácil de aceptar. De hecho, que la maravilla del mundo, su naturaleza, el cielo y sus estrellas, en fin, todo lo que somos y todo lo que nos rodea, con su belleza, su infinita variedad y su orden, sea fruto de una casualidad espontánea, rechina al entendimiento mucho más que la existencia de un creador, a quien el hombre siempre llamó Dios, dios o divinidad.
Santo Tomás de Aquino, en su Summa Theológica, destina muy poco espacio a las constataciones sobre la existencia de Dios, no -co-mo algunos sostienen- porque no se sentía muy seguro de ellas, sino porque el punto es tan obvio que no requiere mayor desarrollo. Todo su esfuerzo e inspiración está en la siguiente parte: ¿cómo es ese obvio Dios creador?

Ahí es donde la Pascua viene a cuento.

La Pascua es mucho más difícil de entender y de saber (en su etimología latina), que la creación. Aunque su clave está, precisamente, en la creación. Porque la clave de la creación es el amor: ¿qué otra fuerza puede explicar la maravilla del mundo y lo insólito de nosotros mismos? ¿A quién se le pudo ocurrir crearnos? ¿Por qué? ¿Para qué?

Que la clave de la creación sea el amor es bastante lógico, aunque a la vez insondable.

Pero el Cristianismo nos habla de un amor todavía más enorme, más insondable, incomprensible, hasta misterioso.

Ahí está la Pascua.

La Pascua es el súmmum del amor: dar la vida por otros.

Pero: no es cualquiera que la da.

No la da por cualquier motivo.

No la da de cualquier manera.

Es Dios, el creador, que da Su vida, a Su Hijo, por los-otros, nos-otros y que la da no como premio por los logros maravillosos de esos otros, o como retribución por todo lo que nos acordamos de El, sino pa- ra sacarnos del pozo en que, por las nuestras, nos clavamos.

Y la manera elegida, libremente, es una caracterización fortísima de ese amor. No es por un acto de magia, siquiera de magnanimidad: es el ejercicio del amor a partir de sus raíces más profundas: en el dolor y en la humillación.

La creación es una apuesta al amor. La Pascua es la redoblada de esa apuesta. La demostración de que no fue cosa de una vez, un solo acto de amor con la creación y después, arréglate como puedas. La Pascua es Dios en la cancha: el partido permanente del amor. La señal de que Dios es amor.

Y aquí vale un aparte, pensando precisamente en quienes no creen: Dios no está en el negocio del “branding”. No vende un producto. Si no querés comprometerte con credos e iglesias, empezá por amar. “Dios es amor” dice San Juan “y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”. San Agustín, que era más extremista, se anima a decir: “ama y hacé lo que quieras”.

La Pascua contiene además el énfasis sobre una veta especial del amor: el perdón. Algo que el papa Francisco ha querido enfatizar proclamando el Jubileo de la Misericordia. “El nombre de Dios es Misericordia”, formula certeramente Francisco.

Contra todo esto se suele contraatacar con las miserias de los cristianos y de la Iglesia, desde sus sumos pontífices a sus cristianos de a pie, pasando por curas, obispos y cardenales, con tantos ejemplos de defectos y bajezas. Muchos ven allí la prueba que destruye la fe: “qué me venís a hablar de Dios con lo que hizo el Papa tal, el cura cual”…

Y, sin embargo, ahí precisamente hay un fortísimo indicio de la existencia de Dios.

Esa larga historia está salpicada de miserias pero es esencialmente la crónica, increíble, de cómo, con todo eso, el amor de Dios es vivido y proclamado hasta hoy, por y a través, de todos esos pecadores que tratan de ser parte la Iglesia.

Entonces, ¿cuál podría ser verosímilmente el interés de un no creyente por la Pascua?

Bueno, la evidencia histórica de que, en nuestro mundo trenzado de dudas, enfrentamientos, renuncios y falsedades, sigue ahí una realidad de amor y entrega entre héroes y flojos, que habla de algo mucho más fuerte que nuestra miseria humana.

Da que pensar….

¡¡Felices Pascuas!!

Comentarios

  1. Hola profe. ¿Es verdad lo que se dice por ahí, que usted le pidió al mismo señor de cierta reflexión pascual trascrita, que le redactara la homilía dominical?

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  2. SI TANTO LE INTERESA LA PASCUA A LA IGLESIA CATÓLICA, ¿PORQUÉ NO ARREGLA ESTA JODITA QUE LE RECLAMAN?:
    Nadie en latino-américa modifica legislación tributaria o laboral sin el aval del
    vaticano.
    Sabemos que los pocos que se atrevieron quedaron desarticulados.
    La autorización para hacerlo en cada época es resorte exclusivo del papa que
    tiene aval divino para modificar doctrina social.
    Nuestro papa sabe que Jesús aconsejaba al pueblo multiplicar sus talentos, que
    prosperar es el mandamiento más olvidado de los últimos siglos.
    Por eso, Francisco le ruego que revise la doctrina social pues tiene algunas
    fallas que enumeraré y que la transforman en obsoleta.
    Francisco: Usted tiene la palanca correspondiente.
    La solidaridad no alcanza y eso perjudica mucho a todas las personas que
    entregan su esfuerzo creativo.
    La doctrina social vigente en todo el mundo afecta gravemente la ecuación
    armónica de la economía, porque los empleados reciben inexorablemente sólo
    el costo de su existencia y así ahogan sus naturales incentivos a la acción.
    Hay un mecanismo para determinar cuánto vale lo que hacen los empleados,
    que es por supuesto, más que lo que cobran.
    Esto ha sido posible, gracias a la informática y a una legislación tributaria
    paradójica.
    Pero lo más curioso es que se puede demostrar que debido a la doctrina social
    vigente, a esa diferencia no se la queda el empleador, se la está quedando el
    Estado!
    Solicito entonces que analice si los siguientes aspectos de la doctrina social de
    la iglesia no arrastran algunos anacronismos:
    1. Para que la sociedad funcione armónicamente no es condición previa
    "mejorar" al ser humano, no necesitamos moderar su egoísmo, porque eso
    inmoviliza profundamente. Habría que esperar décadas, si fuera posible“mejorar” a todos las personas que intervienen en la economía. El ser humano
    común desde el génesis jamás mejoró. Nunca superó la ilusión del yo (ni lo
    hará) porque es es su motor de progreso.
    2. Ya no impulse la "solidaridad obligatoria"
    Los emprendedores y empleados más esforzados, son obligados a ser
    solidarios con los emprendedores y empleados menos esforzados. Produce
    abatimiento y haraganería.
    3. Ya no instale la falsa idea de que la economía suma cero, es decir que lo que
    se dé a uno, se le debe quitar a otro. No es cierto. La economía es el arte de
    hacer que todos y cada uno de los integrantes de la sociedad produzcan más
    que lo que consuman.
    4. Ya no aconseje "atender a las necesidades" de los empleados. Porque eso en
    realidad significa que se le pague sólo por lo que necesite y no por lo que haga.
    Es lo peor que ostenta la actual doctrina social.
    5. Ya no aconseje la confiscación de la tercera parte de los beneficios
    empresarios, a menos que sea para cumplir con el Art. 14bis de la Constitución
    Argentina.
    Porque ese dinero no es otra cosa que la participación en las ganancias que
    debió cobrar el personal propio y de terceros de "esa" empresa.
    6. Ya revisemos esa aseveración que decía que la pobreza era un
    mandamiento.
    Para el hombre común, para quienes aún no llegamos a ser a santos, la
    prosperidad es nuestra herramienta para crecer espiritualmente tal como
    enseña la parábola de los talentos que Jesús nos dejó con tanta claridad.
    Ya no hay espacio para errores Francisco.
    Le ruego que revise la doctrina social y si considera que se puede mejorar,
    hágalo lo más pronto posible porque la degradación humana no deja de
    avanzar.

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