En la Navidad: verdad, vida-aborto, matrimonio y familia, testimonio y juicio.


          El sentido de las cosas, el sentido de la vida, lo buscamos con todos los hombres usando rectamente la razón.
           Al mismo tiempo, los hechos son fuente de luz. Un hecho contundente es Jesús. La Navidad nos presenta el hecho Jesús, para con él iluminar y confrontar nuestra razón.

Al iluminar a todo hombre, a cada niño, joven, adulto o anciano, varón o mujer, Jesús da sentido a la vida de cada uno y cada uno al dejarse iluminar, es llamado al arrepentimiento, a la conversión, a pedir la gracia perdón en los sacramentos, a entregarse al cumplimiento de la voluntad del Padre, a buscar la santidad, que es nuestra vocación.
Pero también colectivamente nos ilumina el Hijo de Dios hecho hombre. Él viene a reinar con el poder de la verdad, es rey como testigo de la verdad. Y la verdad es para todo hombre, para la humanidad. Fuimos creados para vivir en la verdad.
Por eso, la Navidad es también un juicio: juicio fundado en la verdad, juicio que indica el error y el pecado, y llama a recibir el perdón por la sangre de este Niño; juicio que como luz en las tinieblas llama a la conversión de la mente, de la vida, de la cultura.
En primer lugar la verdad sobre el hombre: creado por Dios y, por ello, llamado a realizar el plan de Dios en su vida, por la obediencia a la verdad del  Creador, encontrada en la razón recta y en la fe. Recreado en Cristo, es decir, liberado de la esclavitud del pecado, de la mentira, de la esclavitud a las pasiones, de la ambición de poder, recibiendo el perdón de los pecados, y pasando a vivir en la libertad verdadera, la de los hijos de Dios, entregados con Cristo a realizar la verdad en el amor.
Ahora bien, Jesús, Dios hecho niño, nacido de las entrañas de Santa María Virgen, de un modo particular ilumina el valor de la vida de cada ser humano desde el momento de la concepción hasta su muerte natural. La dignidad del hombre está en no estar sujeto en su conciencia a nadie creado, en estar sujeto totalmente sólo al Creador, consciente y libremente. Por eso, en esta Navidad llamamos a los uruguayos a no acostumbrarse a vivir en un país en que matar al niño en el seno de la madre se ha vuelto un derecho y, peor aún, un deber al que todos debemos contribuir con nuestros impuestos y frecuentemente – se pretende – con nuestras acciones.
Tanto se ha trivializado el hecho del aborto, que sólo se habla para pasar la estadística de cuántos miles se matan por año, o cómo se da una pastilla para producir la muerte de la  criatura en el vientre.
Con características totalitarias se quiere restringir el derecho inalienable de la conciencia a no cometer crímenes, por más que se hayan legalizado. Porque no es verdad que simplemente se haya despenalizado el aborto, no: se ha impuesto como una práctica médica – cuando es segar una vida humana – se obliga a ser cómplice de un crimen terrible. Hasta se quiere llegar a la falsedad de no mostrarle a la madre que quiere abortar la realidad de lo que está haciendo con su hijo. En la sociedad del conocimiento, la voluntad de poder se apoya sobre el engaño de los hechos y de las palabras.
Como decía la Madre Teresa de Calcuta: “el aborto es la mayor amenaza para la paz”. Por eso, oponiéndonos a toda práctica de aborto como falsa ‘salud sexual y reproductiva’ busquemos apoyar no sólo a quienes se oponen legítimamente a colaborar con esa violencia no sólo doméstica, sino íntima, sino especialmente ayudando a las mujeres a no abortar y a buscar otras soluciones a la verdad del problema.

Siguiendo un proceso de imposición cultural, que está apoyado desde los centros de poder del mundo, se quiere implantar la ideología llamada gender.  No se trata, como se dice, de defender a la mujer que sufre violencia doméstica. No se trata de evitar que alguno sea humillado por sus conductas.
No. Se trata de destruir la concepción de la familia y del matrimonio, fundado en la diferenciación racional de varón y mujer, en la complementariedad de cuerpo y espíritu.  Toda la prueba científica y toda la sabiduría de los pueblos, y toda la religión cristiana ve con claridad que el varón y la mujer son complementarios física y culturalmente, que el matrimonio estable y fiel, abierto a la vida – por supuesto en personas que se esfuerzan por ser responsables y rectas – es el mejor medio de fundar una familia, de procrear y educar a los hijos. Por eso, la educación de adolescentes y jóvenes debe ayudarlos a formarse intelectual, afectiva, volitiva y sexualmente para una opción  madura ante la familia.
El Estado uruguayo se proclama sin definición  filosófica y religiosa, aunque tiene elementos en su Constitución, como los derechos humanos inalienables, como la familia como fundamento de la sociedad, como los derechos de libertad religiosa y de educación.
Ahora bien este Estado, que trata de monopolizar la educación, tiene en sus planes imponer una deseducación de niños y jóvenes, no preparándolos para el matrimonio y la familia, sino para relaciones sexuales promiscuas, inestables, sin responsabilidad. Más aún el proyecto es un vilipendio del matrimonio, unión de varón y mujer, estable, con decisión de fidelidad, abierto a la vida, capaz de formar una familia también estable que procure la sana educación de los hijos.
                La teoría de gender, que sostiene que no hay nada que sostenga la realidad de varón y mujer, y que todo consiste en hacer de cada uno lo que quiere, con una libertad propia del sinsentido, no tiene ninguna base científica, sino que es una ideología más que se trata de imponer desde el poder y cuyo efecto es imposibilitar la educación de una madurez sexual con valores y sentido que trascienda el antojo.
                 Muchas veces los padres de familia por la discriminación económica impuesta por el Estado no pueden elegir el instituto que eduque a sus hijos según sus convicciones.  Sin embargo mantienen el derecho inalienable de que se eduque a sus hijos según sus opciones, según la recta razón y según su religión. El Estado laico no tiene derecho imponer la ideología de gender, ni obligar a enseñarla. Por ello todos los padres de familia tienen el derecho de oponerse a las pautas de la deseducación de sus hijos con la teoría del gender, en la cual no se les orienta hacia una sexualidad sana, responsable y capaz de formar un matrimonio feliz, fecundo, con una familia que sea hogar para sus hijos. También los docentes y directores tienen el derecho de no dejarse manipular por una ideología contraria a sus convicciones. Al mismo tiempo todos tenemos el deber de estudiar los engaños, la violencia, y la injustica que se hace con los adolescentes y jóvenes al introducirlos en ese camino sin salida.
                El cuidado por la no discriminación injusta de algunas minorías no funda el atropello de dejar de valorar rectamente la diferenciación de varón y mujer, el matrimonio entre varón y mujer como elección responsable y fiel, sobre el cual se funda la familia comunicadora de la vida, formadora de personas, educadora moral y religiosa.
                Lamento muchísimo que en todo el debate electoral no se haya querido entrar a fondo en la discusión sobre la familia, la procreación, el derecho a la vida – y por ello la exclusión del aborto – la libertad de enseñanza y la libertad de religión.
                Una sociedad en la que no se discutan en su verdadero valor estas dimensiones y en la que las personas y grupos no defiendan con energía y organización  estos  asuntos, muestra ser una sociedad en decadencia y muerte. Lo que cuenta es entonces el poder, el dinero, el pasarla bien y queda sólo la vaciedad de lo caduco, de la muerte.

                Estamos llamados todos a fomentar, sostener la familia, edificada en matrimonio estable, como fundamento de la sociedad.
                Hay mucho cinismo en el modo de presentar las cifras. Si salva el año lectivo sólo un 25 %, de aquí no se deduce que hay que seguir bajando el número de los que salven, sino que hay que buscar que suba. Para esto hay que generar políticas.
                Pero si se dice que sólo el 25 % de las familias están formadas en base al matrimonio estable (pongo cifras para sólo para ejemplificar), de aquí unos muestran una tendencia insalvable y otros lo traen como pseudoprueba de que la familia ya no importa. Al contrario debe ser un alerta y un llamador para generar políticas económicas, educativas, culturales, que ayuden a que haya más familias, edificadas en un matrimonio estable y con rectos roles de paternidad y maternidad.
                Sabiendo las dificultades y, por último, la dependencia de la libertad humana, ¿por qué no fomentar la educación para el matrimonio y la familia. Una buena ‘medicina preventiva’, una sana educación, una economía que apoye a la familia, que les reconozca el deber y derecho de los padres en la educación de sus hijos. ¿Por qué no se reconoce alguna forma de contrato matrimonial más firme y duradero, al menos para quien lo quiera?
                Todos somos responsables de ayudar a las futuras generaciones a formar matrimonios y familias mejores, más sanas, mejores educadoras.

                Jesús que nace en Belén, Dios encarnada en el seno de Santa María, es cabeza y Señor de la Iglesia, el pueblo de aquellos llamados a la fe en Cristo, que se encuentran con él y se reconocen esclavos libertos, libres en cuanto sujetos al Señorío de Cristo.
 El pueblo cristiano confiesa y proclama que la Navidad es el verdadero re-comienzo permanente de la historia, porque el pecado es perdonado y porque la dignidad de hijos de Dios y coherederos con Cristo nos es regalada.
                La Navidad es un llamado a los católicos, y a todos los cristianos, a escuchar la verdad que es Cristo y proclamar su juicio sobre la vida, la muerte, la moral, la familia, la sexualidad y la castidad, la procreación y la educación.
                Los católicos para ser sinceros y coherentes han de escuchar y profundizar en el magisterio de la Iglesia, para vivir según la verdad de Jesucristo y hacerla operante en la historia presente.
                Este pueblo cristiano, la Iglesia, en la historia proclama su fe en Cristo y da razón de esta fe a todos los pueblos. También lo hace aquí y ahora en el Uruguay, sin temor a las condenas de moda – como fueron otras en el pasado -, sin temerle a los números – como ha sido a lo largo del tiempo - . No podemos callar el testimonio de Cristo, simplemente anunciamos la alegría del Evangelio, que todo lo transforma: Dios se hace hombre, para que el hombre se vuelva Dios por participación.

                Para cada uno, cada familia, para todo Canelones, para nuestros compatriotas, para los cristianos que sufren persecución, para la humanidad que sufre y espera, que ama y celebra: que brille para todos la luz del Niño Dios en Belén, que es el que está sentado a la derecha del Padre y hoy nos ilumina y salva.

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