Toda
la discusión sobre la enseñanza versa o sobre la distribución de poder o sobre
la gestión – especialmente de los edificios - . Tiene su importancia. Sin embargo,
no se busca un cambio en las opciones de fondo de la enseñanza laica, gratuita
y obligatoria y sus propias contradicciones.
En
este país profundamente conservador, que hace religión de las opciones
políticas del pasado, apelar a José Pedro Varela, parece ser el argumento caído
de lo alto, como una aparición de un dios laico.
Sin
embargo, hay que discutir esa laicidad impuesta por el poder político y que no
es ni científica, ni democrática, ni pedagógica.
La
enseñanza ha de ser una trasmisión de valores, de afirmaciones culturales, que
permiten al niño encauzar su mente y su vida.
La
enseñanza pública nacional, en cambio, escamotea a los niños la existencia de
Dios, la importancia de Jesús, el valor que para muchos es la pertenencia a una
sociedad religiosa.
Esto
es un ocultamiento de la verdad. Se suele fundar en no influir sobre el alumno
con ideas religiosas o de algún grupo. Pero se influye sobre él por
ocultamiento, por desdibujamiento de la realidad.
¿Por qué presentar
un mundo ficticio, en el cual nadie cree en Dios, para nadie es importante
Jesús, nadie reza, ni busca conocer al creador? ¿A nadie le interesa la Virgen
María, ni el Nacimiento de Jesús, ni su muerte y resurrección?
¿Cómo puede
ser científica una visión que oculta la realidad social, cultural de gran parte
de la población?
Algunos
contestan: la religión es una cuestión privada. Pero eso es otro ocultamiento. La
religión es una cuestión privada para aquellos que así lo piensan. Pero en la
realidad la religión es comunitaria y pública y muchos dirigen su vida por
ella. Presentarla como privada es una imposición y también un ocultamiento.
Lo menos que debería
permitir una enseñanza verdaderamente libre es algún sistema en que se
presentara la religión, a Dios, por parte de aquellos que lo entienden. Podría hacerse
de muchas maneras. Una sería una presentación de la religión por parte de los
que creen. Otra podría ser simplemente la clase de religión dentro del horario
escolar o fuera de él en las escuelas públicas. Por cierto, los padres de los
niños – no el Estado – son quienes deberían elegir si quieren que se les
imparta o no ese conocimiento y aún en qué religión quieren que se les eduque.
¿Cómo puede ser democrática una enseñanza obligatoria que impone la visión
laicista o si se quiere agnóstica como única y normal, incluso contrariando a
los educandos y sus padres?
Mientras tanto
el sistema oculta con una imposición arbitraria del poder estatal lo que es
derecho de los padres y de también de los niños. Esos abusos se pagan.
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