Notre Dame, lo que vale, nuestras raíces

Muchas veces he rezado y me gusta hacerlo el comienzo del salmo  2, que da sentido a toda la historia en el Salterio:
¿por qué se amotinan las naciones y los pueblos planean un fracaso?
Se levantan los reyes de la tierra y conspiran con el Señor y contra su Mesías.
Pero el que sienta en los cielo en los cielos sonríe. El Señor se burla de ellos.
Luego su cólera les habla, en su furor los aterra.

Así en medio de los restos del techo incendiado y caído aparece la imagen de la Virgen y 'está de pie la cruz, mientras el orbe da vueltas' (stat Crux dum volvitur orbis).

Ante tanta vociferación contra Cristo y la Iglesia, contra la verdad del hombre, creado y redimido, bastó un sacudimiento, para que todos, aunque sea por un momento, se dieran cuenta dónde estaba lo que vale. El Señor se sonríe de proyectos tan forzados contra el hombre y contra Él, y nos recuerda su bondad y su sabiduría: el verdadero valor, el bien.

Hemos oído y leído ríos de tinta contra el Medioevo, el oscurantismo medieval, el catolicismo, la Iglesia, su poder y sus riquezas.
Pero, en un minuto, el Señor permite que arda en llamas el techo de Notre Dame y todos salen a reclamar su carácter único, fundamento de nuestra historia e identidad, belleza sin límites, capacidad creativa única, etc. etc. sin ella no se puede vivir.
No es que me haga ilusión de que ese shock emocional vaya a traer una verdadera conversión, en primer lugar intelectual y también de los corazones. Pero al menos ha dejado al desnudo a lo políticamente correcto, o más bien a lo culturalmente correcto, comenzando con las aburridas repeticiones de inculpaciones baratas, de adjetivos sin peso, como el 'oscurantismo medieval'.

¿Cómo? ¿tuvieron que arder unas maderas de ochocientos años para darnos cuenta en Notre Dame la verdad de una civilización? ¿Fue suficiente para callar la hipocresía de enumerar los pecados de los hombres del medioevo, como si fueran algo más que hombres, y evitar decir que ellos se proclamaban pecadores agraciados por la cruz de Cristo y por ello capaces de amar y entregarse? ¿Creemos de verdad que porque dominamos la electricidad y las comunicaciones formamos personas con una visión más grande, más digna, con mayor sentido de la belleza, de la virtud, de la vida? ¿De verdad el espectáculo sin fin de los deportes es superior al teatro medieval en los atrios de las catedrales? ¿La búsqueda de la salvación, de la santidad y de la vida eterna, que transformaba sus vidas, es  menos valiosa que las búsquedas de nuestro mundo actual?

Notre Dame muestra la grandeza y fuerza de una comunidad capaz de entregarse a una obra de esa magnitud, porque amaba la vida. Y amaba la vida, porque es bella y en ella reconocía el don del Creador. Pero sobre todo, esos hombres, pobres y desgraciados como nosotros - aunque con menos cosas - se sabían amados por Dios, por Jesucristo que derramó su sangre y se hizo uno de nosotros. Esperaban la vida eterna y, por ello, su vida tenía una luz superior.
Tenían un profundo sentido de la encarnación, del Hijo de Dios hecho hombre, por ello cuidaban del hombre, y podían representarlo en imágenes.
Síntesis de verdad, belleza y amor, de ternura y esfuerzo de santidad es la Virgen María: a su presencia está dedicada Notre Dame. De su fulgor está iluminada Notre Dame y todo lo que ella es y significa.
Así apareció en la imagen intacta de Santa María al pie de la cruz.

No puede mirarse Notre Dame sólo como un amasijo de obras de arte, como un almacén de objetos valiosos, ni siquiera como un museo. No está representada por los millones que la visitan cada año, si bien a cada uno le reparte algo de su luz.

Notre Dame es una síntesis de todo: la Trinidad, el mundo vegetal y animal, el hombre y la mujer, la imagen de Dios en el hombre, el horror del pecado y la condenación, el demonio y sus asechanzas, la redención, la cruz y la resurrección y la esperanza de la gloria. Es una síntesis de la historia humana y divina.

Hoy se habla mucho de cultura holística y se presentan ejemplos ideologizados de culturas parciales, incluso yendo a imitar culturas respetables, pero sin la caridad del Verbo encarnado y crucificado.
No hay una visión tan global, tan holística, tan omniabarcadora cuanto la cultura católica que floreció en la Edad Media. La Catedral de Notre Dame es un ejemplo de esa comprensión amplia, generosa y unida. También lo fueron las Sumas Teológicas que manifestaron y mostraron un pensamiento y una mirada de una síntesis impresionante.
Por si fuera poco, esa misma cristiandad medioeval que levantó Notre Dame con todas sus estatuas, torres, animales, plantas y demonios, en torno al hombre y junto a Dios, es la misma que creó la Universidad, los Estudios Generales, buscando la síntesis del saber.
Esa misma gente, con esa misma amor y apertura a todo creó los grandes estudios de derecho, recuperando el derecho romano, los grandes estudios de medicina.
Pero no se quedó en una cultura meramente intelectual. También esos hermanos de la Edad Media se propusieron cuidar de los débiles, de los pobres, de los enfermos y por pura caridad inventaron los hospitales.
Quiera Nuestra Señora, Notre Dame, mover a nuestros intelectuales, a nuestros universitarios, a nuestros jóvenes y a nuestros políticos, pero sobre todo quiera mover a nuestro pueblo, que también la ama, a levantarse de su postración humana y cultural, para reedificar una cultura, un pensamiento, una concepción de la dignidad del hombre, dentro de la magnificencia del plan del Padre, revelado y realizado en la humanidad del Hijo, que de Santa María tomó carne.

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